TESTIMONIO DE UN AMIGO DE UN JOVEN CON
SINDROME DE DOWN
Hoy se cumplen 9 meses desde la última vez
que lo vi … Nuestra amistad empezó en el 2005, cuando eramos muy pequeños; yo
solo tenía 9 años y él se veía menor que yo. La primera vez que hablamos fue en
mi primer día de clases en este colegio al que me había cambiado después de
haber estudiado hasta tercero de primaria en un colegio de educación
tradicional. Tenía entendido que este nuevo colegio era inclusivo, se trabajaba
en base a la autonomía y se respetaba la diferencia. Era un colegio campestre
personalizado y en mi primer día de clases me encontré en un aula con solo 12
personas.
Fue ahí cuando lo vi. Pregunté por él y todos
lo conocían. Daniel Bermudez, me dijeron que se llamaba. A Dani y a mí nos
había recogido el mismo bus en la mañana, pero yo era el niño nuevo y me habían
recogido de último, por eso cuando me subí no lo vi a él. Solo fue hasta por la
tarde, cuando me subí otra vez al bus para irme a casa, que me di cuenta de que
Daniel se iba en la misma ruta. Yo no había hablado con él todavía, y como se había
sentado al frente y yo atrás, tampoco en ese momento hubo oportunidad. Cuando
vi que estábamos cerca de mi casa, agarré mi mochila y me la puse para bajarme.
Pero el bus no paró, adelantó unas cuadras más, hasta otra casa. La casa de
Daniel. Vivíamos en la misma calle.
Mis primeras semanas en el colegio fueron
inolvidables: me la pasaba jugando con palos y piedras con otros niños del
salón. Siempre ponía mucha atención en la clase, pero no veía la hora de salir
al recreo a rayar paredes con mis nuevos amigos; o de ir al bosque a buscar
grillos para arrancarles las patas, o estar por ahí riéndonos de las niñas del
salón. Me adapté muy bien y conseguí muchos nuevos amigos. Daniel, por su
parte, era un niño muy diferente.
En los recreos siempre iba a la cafetería, se
sentaba a comer con Sara, su prima, o a veces con las profesoras. Otras veces
iba al parque y lo veía jugando y hablando con sus juguetes. En clase tenían
que darle explicaciones diferentes y él iba a un ritmo distinto del de todo el
salón. Era menor en estatura que los demás niños de 10 años, aunque él era
mayor que todos. Durante mis primeros días sólo estaba con él en las clases,
cuando teníamos actividades en equipo. Después fui tratando de acercármele en
el bus de ida a nuestras casas y así poco a poquito aprendí a conocerlo.
De vez en vez dejaba de salir al recreo con
mi grupo de amigos e iba al parque solo con Daniel a jugar en los pasamanos. Él
siempre cargaba en su mano un muñeco de Max Steel, que le obligaban a guardar
durante la clase pero que sacaba feliz cuando salía. Al principio no entendía
mucho sus palabras, él me hablaba y yo solo comprendía algunas cosas, pero
difícilmente sabía que me quería decir. Nunca me burlé de él, por alguna razón
yo era muy bueno para molestar a los demás niños y burlarme de las niñas, pero
no con Dani.
A pesar de que era tan diferente, no le veía
gracia a burlarme de él, así como tampoco nunca encontré sentido para tenerle
lástima o para tratarlo diferente a los demás. Con sus ojos rasgados, esa piel
blanquísima, dedos gruesos y pequeños igual que su boca, el cabello negro y
liso. Ese niño con Síndrome de Down, pero sobre todo con un corazón gigante se
había vuelto mi amigo, y cada vez mas seguido me invitaba a jugar en los
pasamanos.
Tengo tantas historias con Dani que faltaría
tiempo para contarlas. A los 3 meses de conocerlo fue su cumpleaños y le regalé
mi propio Max Steel que me habían dado de navidad. Unas semanas después fui a
su casa por primera vez y nadamos juntos en la piscina, vimos películas y
comimos papitas con salsa de tomate. A los días el fue a visitarme a mi casa,
jugamos Xbox y nadamos otra vez.
A la siguiente semana fuimos al hotel donde
trabajaba su papá y comimos y jugamos golf. Luego un día fui a amanecer a su
casa, después él a la mía. Entramos juntos a clases de golf, y empecé verlo
todos los días, en el colegio, en clases de golf, en su casa, en la mía... Dani
ya no era simplemente mi amigo, se había vuelto mi mejor amigo.
Uno de los recuerdos más vivos que tengo es
de cuando yo tenía 10 años y él 12. Él quería jugar conmigo en un recreo, me
rogaba y me pedía que jugaremos, me insistió al punto de desesperarme y en ese
momento lo empujé con mis dos manos, estábamos en la cancha de fútbol y de
pronto lo vi caerse de espaldas sobre la tierra. Se ensució todo, su Max Steel
se le cayó de las manos y empezó a llorar. Lo que sentí en el estómago no sé me
va a olvidar nunca… Era más grande que la tristeza, sentía un dolor inmenso por
haberle causado dolor a mi amigo. Lo ayudé a parar y mientras lloraba yo
esperaba, nervioso, que estuviera enojado conmigo por mi violencia, pero no, en
lugar de eso me abrazó y me dijo: ¨Perdóname, Samy, perdóname, Samy!¨
Hoy, nuestra amistad no está basada en la
lástima, o en la compasión, nunca lo estuvo. Nuestra amistad está basada en el
amor y en la relación que construimos con tantas experiencias e historias
juntos: practicando deportes, disparando y robando carros en los juegos de
Xbox, en los viajes juntos a Cali y Bogotá, en las amanecidas en mi casa, en
sus fiestas gigantes de cumpleaños, cuando le cortaba el cabello y le afeitaba
esos bigotes que tiene...
Yo no he conocido una persona más sincera que
Daniel. No he conocido persona más tierna y más apasionada por las cosas. Con
decirles que aprende canciones en guitarra y batería viendo tutoriales en
YouTube!!! Ni siquiera yo he logrado sacar en guitarra una canción completa
como lo hace él. Le enseñó a sus perros
un montón de trucos: cómo abrir y cerrar la puerta, a hacerse el muerto, y sin
mentirle ¡Les enseñó a abrir la nevera y sacar una botella de Coca Cola! ¿Quién
puede hacer eso? Solo Dani.
Si mi amistad con Dani, hoy a mis 19 años,
estuviera basada en un sentimiento de lástima les aseguro que no disfrutaría
salir con él a un centro comercial o ir a cine. Dani puede cogerme la mano en
público, darme un beso en la mejilla, y hasta decirme ¨Sam, te amo mucho¨, cosa
que haría incomodar a cualquier hombre de mi edad, y más cuando hay puras niñas
lindas en la calle que quieres impresionar. Pero la verdad es que antes que
incomodarme, prefiero ser parte de ese sentimiento tan genuino que Daniel
expresa, prefiero ayudarle en todo lo que me sea posible y dejar que él aporte
tantas virtudes a mi vida, de la forma que sólo él es capaz.
Aunque hoy vivimos en ciudades y países
diferentes, tratamos de hablar de vez en cuando por Skype, y muy seguido por
Facebook. ¡Cuando yo ya tenga mi familia, una esposa y mi casa, les juro que
Daniel va a tener su propio cuarto!
SAMUEL URIBE MARTINEZ