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jueves, 23 de abril de 2015

TESTIMONIO DE UN AMIGO DE UN JOVEN CON SINDROME DE DOWN

Hoy se cumplen 9 meses desde la última vez que lo vi … Nuestra amistad empezó en el 2005, cuando eramos muy pequeños; yo solo tenía 9 años y él se veía menor que yo. La primera vez que hablamos fue en mi primer día de clases en este colegio al que me había cambiado después de haber estudiado hasta tercero de primaria en un colegio de educación tradicional. Tenía entendido que este nuevo colegio era inclusivo, se trabajaba en base a la autonomía y se respetaba la diferencia. Era un colegio campestre personalizado y en mi primer día de clases me encontré en un aula con solo 12 personas.

Fue ahí cuando lo vi. Pregunté por él y todos lo conocían. Daniel Bermudez, me dijeron que se llamaba. A Dani y a mí nos había recogido el mismo bus en la mañana, pero yo era el niño nuevo y me habían recogido de último, por eso cuando me subí no lo vi a él. Solo fue hasta por la tarde, cuando me subí otra vez al bus para irme a casa, que me di cuenta de que Daniel se iba en la misma ruta. Yo no había hablado con él todavía, y como se había sentado al frente y yo atrás, tampoco en ese momento hubo oportunidad. Cuando vi que estábamos cerca de mi casa, agarré mi mochila y me la puse para bajarme. Pero el bus no paró, adelantó unas cuadras más, hasta otra casa. La casa de Daniel. Vivíamos en la misma calle. 

Mis primeras semanas en el colegio fueron inolvidables: me la pasaba jugando con palos y piedras con otros niños del salón. Siempre ponía mucha atención en la clase, pero no veía la hora de salir al recreo a rayar paredes con mis nuevos amigos; o de ir al bosque a buscar grillos para arrancarles las patas, o estar por ahí riéndonos de las niñas del salón. Me adapté muy bien y conseguí muchos nuevos amigos. Daniel, por su parte, era un niño muy diferente.

En los recreos siempre iba a la cafetería, se sentaba a comer con Sara, su prima, o a veces con las profesoras. Otras veces iba al parque y lo veía jugando y hablando con sus juguetes. En clase tenían que darle explicaciones diferentes y él iba a un ritmo distinto del de todo el salón. Era menor en estatura que los demás niños de 10 años, aunque él era mayor que todos. Durante mis primeros días sólo estaba con él en las clases, cuando teníamos actividades en equipo. Después fui tratando de acercármele en el bus de ida a nuestras casas y así poco a poquito aprendí a conocerlo.


De vez en vez dejaba de salir al recreo con mi grupo de amigos e iba al parque solo con Daniel a jugar en los pasamanos. Él siempre cargaba en su mano un muñeco de Max Steel, que le obligaban a guardar durante la clase pero que sacaba feliz cuando salía. Al principio no entendía mucho sus palabras, él me hablaba y yo solo comprendía algunas cosas, pero difícilmente sabía que me quería decir. Nunca me burlé de él, por alguna razón yo era muy bueno para molestar a los demás niños y burlarme de las niñas, pero no con Dani.

A pesar de que era tan diferente, no le veía gracia a burlarme de él, así como tampoco nunca encontré sentido para tenerle lástima o para tratarlo diferente a los demás. Con sus ojos rasgados, esa piel blanquísima, dedos gruesos y pequeños igual que su boca, el cabello negro y liso. Ese niño con Síndrome de Down, pero sobre todo con un corazón gigante se había vuelto mi amigo, y cada vez mas seguido me invitaba a jugar en los pasamanos.

Tengo tantas historias con Dani que faltaría tiempo para contarlas. A los 3 meses de conocerlo fue su cumpleaños y le regalé mi propio Max Steel que me habían dado de navidad. Unas semanas después fui a su casa por primera vez y nadamos juntos en la piscina, vimos películas y comimos papitas con salsa de tomate. A los días el fue a visitarme a mi casa, jugamos Xbox y nadamos otra vez.  
A la siguiente semana fuimos al hotel donde trabajaba su papá y comimos y jugamos golf. Luego un día fui a amanecer a su casa, después él a la mía. Entramos juntos a clases de golf, y empecé verlo todos los días, en el colegio, en clases de golf, en su casa, en la mía... Dani ya no era simplemente mi amigo, se había vuelto mi mejor amigo.

Uno de los recuerdos más vivos que tengo es de cuando yo tenía 10 años y él 12. Él quería jugar conmigo en un recreo, me rogaba y me pedía que jugaremos, me insistió al punto de desesperarme y en ese momento lo empujé con mis dos manos, estábamos en la cancha de fútbol y de pronto lo vi caerse de espaldas sobre la tierra. Se ensució todo, su Max Steel se le cayó de las manos y empezó a llorar. Lo que sentí en el estómago no sé me va a olvidar nunca… Era más grande que la tristeza, sentía un dolor inmenso por haberle causado dolor a mi amigo. Lo ayudé a parar y mientras lloraba yo esperaba, nervioso, que estuviera enojado conmigo por mi violencia, pero no, en lugar de eso me abrazó y me dijo: ¨Perdóname, Samy, perdóname, Samy!¨

Hoy, nuestra amistad no está basada en la lástima, o en la compasión, nunca lo estuvo. Nuestra amistad está basada en el amor y en la relación que construimos con tantas experiencias e historias juntos: practicando deportes, disparando y robando carros en los juegos de Xbox, en los viajes juntos a Cali y Bogotá, en las amanecidas en mi casa, en sus fiestas gigantes de cumpleaños, cuando le cortaba el cabello y le afeitaba esos bigotes que tiene...

Yo no he conocido una persona más sincera que Daniel. No he conocido persona más tierna y más apasionada por las cosas. Con decirles que aprende canciones en guitarra y batería viendo tutoriales en YouTube!!! Ni siquiera yo he logrado sacar en guitarra una canción completa como lo hace él.  Le enseñó a sus perros un montón de trucos: cómo abrir y cerrar la puerta, a hacerse el muerto, y sin mentirle ¡Les enseñó a abrir la nevera y sacar una botella de Coca Cola! ¿Quién puede hacer eso? Solo Dani.

Si mi amistad con Dani, hoy a mis 19 años, estuviera basada en un sentimiento de lástima les aseguro que no disfrutaría salir con él a un centro comercial o ir a cine. Dani puede cogerme la mano en público, darme un beso en la mejilla, y hasta decirme ¨Sam, te amo mucho¨, cosa que haría incomodar a cualquier hombre de mi edad, y más cuando hay puras niñas lindas en la calle que quieres impresionar. Pero la verdad es que antes que incomodarme, prefiero ser parte de ese sentimiento tan genuino que Daniel expresa, prefiero ayudarle en todo lo que me sea posible y dejar que él aporte tantas virtudes a mi vida, de la forma que sólo él es capaz.

Aunque hoy vivimos en ciudades y países diferentes, tratamos de hablar de vez en cuando por Skype, y muy seguido por Facebook. ¡Cuando yo ya tenga mi familia, una esposa y mi casa, les juro que Daniel va a tener su propio cuarto!

SAMUEL URIBE MARTINEZ

1 comentario:

  1. ¡Gracias Sarita! por haberme compartido este testimonio tan pero tan especial, como lo son los niños Down, desafortunadamente, adamos tan a la carrera, que no nos detenemos a apreciar este REGALO DE DIOS, pero lo mas hermoso es que si no lo apreciamos nosotros tienen el regalo para que lo disfruten y aprendan de él como el jóven de la publicación... quiero aprovechar este momento para decirte que TE QUIERO MUCHO MUCHO, ya que no he tenido lugar para decirtelo, pero si en mi corazón SIEMPRE HAY LUGAR PARA SENTIRLO, siempre que tengo la dicha de verte me digo HAY DIOS MIO QUE SARA TAN HERMOSA es un ejemplo para muchos

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